El sorteo, apartado y enchiqueramiento de las reses es un ritual dentro de la tauromaquia. Las cuadrillas son las encargadas de realizar el sorteo. Posteriormente le cuentan a su torero el lote que les ha tocado en suerte.
Uno de los entresijos del toreo es lo que ocurre por la mañana en la plaza que no todos los aficionados pueden ser partícipes de lo que pasa a las 12 de la mañana. Los subalternos y en algunas ocasiones, las más raras, los matadores son los que acuden a ver los toros que se van a lidiar por la tarde. Se enlotan los astados para posteriormente entrar en sorteo. En tres papelillos se ponen los números de los cornúpetas. Por orden de antiguedad y en presencia del Delegado Gubernativo se procede al sorteo. Los papelillos con los números se meten en un sombrero. La suerte está echada. El banderillero o apoderado del primer espada mete la mano en el sombrero y saca una bola. En voz alta dice los números que le han correspondido. Con el segundo se repite el proceso. Y lo mismo con el tercer espada. Una vez que saben los números de los toros que les toca lidiar proceden al apartado. En el apartado deben estar presentes los miembros de las cuadrillas de cada matador y el mayoral de la ganadería. El mayoral es el que da la voz del lugar que ha de ocupar el toro que se va a enchiquerar. Esta faena es ardua y curiosa. Los que las contemplen deben permanecer muy quietos para no distraer al burel y por lo tanto que no se lesione antes de acceder al chiquero. Una vez que se ha enchiquerado el último toro es ritual que el mayoral lance la voz de “¡A comer!” indicando que la operación a terminado. Los toros permanecen en su chiquero hasta que se abre la puerta de toriles.
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