En este blog lo que pretendo es hablar de una de mis pasiones: los toros. En ella encontraréis todo lo relacionado con el mundo taurino.
18 octubre 2008
Que tierna imagen
Que recuerdos me trae esta instántanea. Añoranzas de un pasado lejano, cuando iba con mi abuelo a ver los toros, como estos niños lo hicieron el pasado 16 de agosto con sus padres. Recuerdos que perdurarán siempre en mi memoria. Aquellos momentos los compartía con Pablo, mi abuelo, un gran aficionado. La rabia es que ahora no pueda sentarme y hablar con él de toros, ya que no está, le arrebataron la vida. Cuando ves que tu abuelo es mayor y encima está enfermo, pues asumes que tarde o temprano no va a estar. Ese no era el caso de mi abuelo. Él tenía 83 años, muy bien llevados, por cierto. Incluso, un mes antes de su muerte le acaban de renovar el carnet de conducir. Por lo tanto, facultades no le faltaban. Pero la vida es así y nos tenemos que resignar con lo que nos depare. Muchas tarde que estoy en el callejón recuerdo a mi abuelo, y me digo, sí él estuviera aquí comentaríamos tal faena o como se han hecho las cosas. Y no sólo los recuerdos vienen a mi mente, sino también a la de los que lo conocieron, como es el caso de Don Rafael Ruiz Ruiz, el cirujano jefe de la plaza de toros de Ciudad Real, que en muchas de las tardes que hemos coincidido, me recuerda a mi abuelo y me cuenta anécdotas. Le tengo que dar las gracias por saber un poco más de él.
Apropósito, aquí te inserto, Raquelilla, este poema de Nicolas Guillén
ResponderEliminarEL ABUELO
Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que lo hondo de ese ritmo golpea
un negro al parche duro de roncos atabales.
Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.