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30 junio 2008

Vitola de sabor añejo en Puerto Pulido donde el tiempo se detiene

El Valle de Alcudia parece que tiene algo mágico para que el toreo que fluye por sus tierras se viva de un modo diferente. Cuando se torea por esas tierras el tiempo se detiene y da paso a los sentimientos que aflora del alma.

Suerte, le dijo Sánchez Puerto a Aníbal Ruiz, y éste le respondió lo msimo. Y es que esta palabra es la más escuchada en el mundo del toro antes de enfrentarse a un animal bravo. Los dos toreros se iban a tentar dos becerras cada uno pertenecientes a la ganadería de Javier Gallego. En el palco de la plaza estaba el ganadero esperando la señal de los maestros para dar la orden de que comenzara el tentadero.
En una ocasión, Javier Gallego me preguntó que sí había visto tentar a Sánchez Puerto. Tan sólo en una ocasión lo vi pero no le salieron las vacas buenas. Y la respuesta que tuve del ganadero fue: "Eentonces no sabes lo que es tentar sino has visto a Antonio hacerlo". El sábado recordando esas palabras en mi mente supe a lo que se refería. Y es que Antonio es diferente al resto de toreros. Tiene un halo mágico que envuelve su tauromaquia y su persona. Y porqué no decirlo, a los que allí nos dimos cita nos tiene embrujados con su concepto del toreo.

Con solera
Denominación de origen La Mancha, concretamente de Cabezarrubias del Puerto, de allí es el maestro Sánchez Puerto. Los años le han hecho adquirir un poso, una solera que no todos los toreros alcanzan en la vida. Son ya 30 años de matador de toros. Fue el 21 de mayo cuando se cumplía dicha efeméride. Aunque Antonio parece que acaba de doctorarse en el arte de Cúchares. Con sus dos becerras estuvo soberbio. La primera tenía el defecto de no humillar demasiado, pero calidad no le faltó para acudir presta a todos los cites de Sánchez Puerto. Con la barbilla en el pecho cito una y otra vez, girando la muñeca y la cintura sin rectificar su posición. Una estampa que cuesta ver hoy día. Elegancia en el caminar, sabedor de que todos los ojos van dirigidos a él. Aún así en el pequeño ruedo de la plaza de tientas sólo hay dos miradas que se cruzan las de Antonio y la becerra de Javier Gallego. Es un tú a tú, en el que se están midiendo ambos. El torero de cara a su preparación y la erala como futura madre de la ganadería.
Sí en su primera se vivieron momentos de gran emotividad, lo que deparó el encuentro con la segunda terminó por deleitar a todos los presentes. En estos instantes fue donde el tiempo se detuvo. Donde los naturales eclipsaron a todos. Donde el torero disfrutó e hizo disfrutar a sus amigos. Donde hubo una conjugación de sentimientos. Donde el arte afloró y la solera resucitó. Aunque nunca estuvo muerta, sino dormida, esperando que le dieran esa oportunidad, la que está demandando tarde tras tarde, y que se hace sorda. Pero que no tardará en llegar puesto que hay torero para rato, y de los buenos. La pena es que sólo lo saben disfrutar los paladares más exquisitos, y de esos cada vez van quedando menos.
Como decía en su segunda becerra se vio el toreo al natural puro, con poso, con profundidad, con hondura. Ese que cuando se ve se escapa un olé de dentro. En el que las lágrimas están a punto de asomar pero se contienen. No es fácil describir lo que hizo Antonio con esa vaca, porque había que estar allí para poder verlo y sobre todo sentirlo.

La Madurez
El otro torero que estuvo tentando en la finca de Javier Gallego fue Aníbal Ruiz. Aunque la dimensión del maestro fue muy grande, él no se quedó atrás. Las vacas le sirvieron mucho para su preparación de cara a su compromiso en Las Ventas este domingo. Con su primera becerra pudo disfrutar, incluso entró a matar para probarse en la suerte suprema, asignatura que la mayoría de los matadores tienen pendiente. Sí el domingo lo hace como en el tentadero, de recibo es que le den las orejas. Con su segunda la cosa cambio. Era una vaca que le exigió mucho, pero su mando y su madurez delante de la cara del animal pudieron con la de Javier Gallego. Fue una labor muy importante para el joven diestro de Alcázar de San Juan. En estos días su actividad y preparación es intensa. Se juega mucho el domingo y no puede desaprovechar la oportunidad.

Calidad y bravura
El ganadero Javier Gallego salió satisfecho del juego de sus becerras, y sobre todo de como había disfrutado con el toreo de ambos toreros, tanto del de su amigo Antonio Sánchez Puerto como del de Aníbal Ruiz. Y como es norma en todos los tentaderos los tapias aguardan a que los maestros terminen con su faena y le dejen las últimas embestidas de la becerra. En esta ocasión fueron dos de los alumnos de Sánchez Puerto los que estuvieron de tapias, Joaquín Carrió y Milagros de Perú. Ambos escucharon los sabios consejos de sus maestros y consiguieron sacarle algunas tandas. Día magnífico de tentadero, aunque la temperatura era elevada.
Tras el tentadero el torero Sánchez Puerto se fue a su Cabezarrubias natal para compartir el día con su peña, que le hacían la fiesta que todos los años brindan a su titular.

Las cuatro becerras que salieron por chiqueros dieron juego para que las manos de Sánchez Puerto y Aníbal Ruiz las enseñaran a embestir. También hubo dos alumnos de la Escuela de El Espinar de tapias, como Joaquín Carrió y Milagros de Perú que delante de su maestro y profesor dieron algunos pases.

Templando con hondura y profundidad
Los pocos privilegiados que acudimos a la finca de Javier Gallego pudimos disfrutar del temple de dos toreros grandes. Por una parte, la veteranía de Antonio Sánchez Puerto, que a pesar de llevar 30 años como matador de toros, el tiempo no pasa por él, ya que conserva una solera que muy pocos la tienen. Su toreo cada día es más puro y destila esencia. Y en el otro lado Aníbal Ruiz, que aunque son 10 años de alternativa, también se ve en su toreo ese poso que con los años alcanzan los toreros que disfrutan de su profesión y además la aman. Ambos dieron un recital de buen toreo, sobre todo por el pitón izquierdo donde los naturales brillaron con especial luz.

Cambiando impresiones
Al final del tentadero los dos maestros comentaron sus faenas, como se vieron delante de las becerras y lo que el otro había observado de la faena de su compañero. Un gran compañerismo entre ambos, mostrando ese respeto y admiración, el uno por el otro.