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20 agosto 2009

Paquirri en Ciudad Real, 25 años después

En esta presente edición de la Feria Taurina de Ciudad Real y coincidiendo con la presencia en sus carteles de Fran Rivera y Cayetano, se cumplen veinticinco años del último paseíllo y posterior triunfo de Francisco Rivera “Paquirri” en esta plaza. Don Diodoro Canorea, gran empresario y gestor, que además de nuestro querido coso, conducía los designios de la Real Maestranza de Sevilla, había cerrado para el 17 de Agosto de 1984 un cartel en el que estaban anunciadas tres figuras de relumbrón. Junto al ya citado “Paquirri” estaban acartelados el gran torero salmantino Julio Robles y el torero de Sanlúcar y figura en ciernes Paco Ojeda que hacía su presentación en esta plaza, para despachar un encierro de sangre Santa Coloma de Dña. Ana Romero, correctos de presentación y de armónicas hechuras que a la postre resultaron buenos para los toreros por su nobleza y bondad, aunque alguno de ellos se acordó de la sangre de los antiguos toros del conde y empujó con clase en los caballos para luego tras dejarse torear, morir en los medios como los bravos. En los tendidos, tres cuartos, lleno en sombra y media en sol.
“Paquirri”, que se caracterizó por ser siempre un torero de raza y casta, no se dejó ganar la pelea y estuvo en novillero –en el buen sentido- toda la tarde, a su primero lo recibió con un apretado farol de rodillas y unas verónicas rematadas con una media que fueron muy aplaudidas, dejando constancia de la predisposición con la que venía a torear. Pareó con voluntad aunque sin mucha brillantez, por las escasas condiciones del burel, antes de brindar al público y de echarse otra vez de rodillas para iniciar el trasteo y poner él todo lo que le faltaba al toro. Fue ovacionado y obligado a saludar. Pero en su segundo, un toro con más motor y movilidad, consiguió un éxito rotundo, lo lanceó con verónicas mirando al tendido, muy aplaudidas por lo apretado de los lances, y esta vez sí, con los palos volvió a demostrar que era un consumado rehiletero reuniendo bien arriba y clavando en la cara, las palmas echaban humo. Después, con la franela, aprovechando la buena condición del toro, buenas series por ambas manos, dando muletazos muy limpios y llevando muy embebido al toro en sus embestidas, destacando las series con la mano izquierda y los pases de pecho, cerrando su labor con pases de rodillas y desplantes y coronando su labor de media estocada en lo alto de efecto fulminante. Dos orejas al esportón y petición de rabo que el presidente no atendió.
Julio Robles, que como ya he apuntado anteriormente, compartía cartel con el maestro de Barbate, fue el otro triunfador de la tarde, sin hacer concesiones, gracias al buen hacer y a la belleza y pureza de su toreo, consiguiendo una oreja de su segundo enemigo, que pudieron ser dos si el presidente hubiese atendido la petición de los espectadores. Mientras, Paco Ojeda, que como ya he dicho, hacía su presentación en esta plaza y que había levantado gran expectación por su triunfo clamoroso el año anterior en la Feria de Abril de Sevilla y sus dos salidas a hombros consecutivas de la Plaza de Madrid, no se encontró cómodo en toda la tarde, practicando un toreo despegado y fuera de sitio que le hizo naufragar con sus dos toros, quizás acusando la cornada que le había inferido un toro de Jandilla en la Feria de San Isidro de ese mismo año.
Mientras “Paquirri” atravesaba a hombros de los costaleros ocasionales el umbral de la Puerta Grande nadie podía presagiar el final trágico que le tenía reservado el destino apenas cuarenta días después en Pozoblanco, un pueblecito de la serranía cordobesa asentado en el Valle de los Pedroches.
Pero como todos los toreros que dejan su vida en el ruedo, moría el hombre pero nacía el mito, nadie podrá negar que aunque discutido y atacado por parte de la prensa, forjó su carrera a base de tesón y esfuerzo, profesionalidad, valor sólido, entrega y raza, y aunque no le fue fácil en sus inicios supo ascender y mantenerse, convertirse en primera figura en un tiempo difícil del toreo como fue la década de los 70 con una arrogante maestría, una gallardía fuera de lo común y una poderosa y maciza filosofía del toreo. ¡Va por ti, Francisco Rivera Pérez, “Paquirri”, Torero Grande!

Por Pablo Galán