A
pesar de lo oscura y fea que se puso al principio la noche con la lluvia, al
final esas gotas se transformaron en aplausos al acabar el espectáculo. Hasta
en cinco ocasiones tuvieron que salir a saludar el elenco de actores que
representó El alcalde de Zalamea, en el Hospital de San Juan, el día de la
inauguración del Festival. Una obra clásica en la que Helena Pimenta y su
equipo se coronan en lo más alto del Siglo de Oro.
Si tuviéramos que apostar, a las
diez de la noche, sobre si arrancaría el Festival de Teatro Clásico, las
predicciones serían negativas. La lluvia hizo acto de presencia. Aun así, no
mermó el ánimo del espectador, que paraguas en mano hacía cola para poder ver
el espectáculo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La expectativa estaba
servida. Algunos lanzaban rumores de que pensaban suspender, con el tiempo cómo
se iban a arriesgar. El mundo no está hecho de cobardes y tras lo que lleva
consigo el montaje de la obra, sobre todo las ilusiones de ofrecer una
representación digna de la apertura del Festival, no iban a dejar en manos del
tiempo tal decisión.
A las 22:40h las puertas del
Hospital de San Juan se abrieron, y con ellas la esperanza de los presentes. El
temor de la suspensión se disipó como gota de agua frente a los rayos del sol,
cuando la directora de la obra, Helena Pimenta, anunció que sobre las once se
abrirían las puertas, que estaban limpiando todas las butacas. Una gran ilusión
se reflejó en el rostro de la concurrencia.
El retraso de media hora que
sufrió la obra, bien mereció la espera, puesto que el espectáculo que nos
esperaba era digno de ver. Como siempre, que encima de las tablas está la
Compañía, el éxito está asegurado, no defraudan.
El reflejo de las primeras
imágenes, a cámara lenta, donde se desarrolla un partido de pelota vasca, hizo
imaginar un Alcalde de Zalamea muy diferente de lo que en realidad es el
clásico del Siglo de Oro. Frente a un escenario sencillo, reflejo de un corral
de los de antaño, se desarrolló la acción en la que se narra el abuso de poder
y las injusticas que los tercios españoles hacían en aquella época, en las
casas humildes de las localidades por las que pasaban.
En esta ocasión, fue en el pueblo
de Zalamea, donde los soldados descansaron en la casa del más pudiente del
lugar, Pedro Crespo, encarnado por un magistral Carmelo Gómez que le confería a
la obra tal magnitud. Desde el minuto uno el espectador sintió la fuerza de su
interpretación. Un don Pedro con una gran serenidad, a pesar de las
circunstancias por las que pasa, en las que al final, consigue justicia por el
deshonor que han causado a su hija, tras ser nombrado alcalde de la villa. Un don Pedro que mantiene un duelo verbal con
don Lope, duelo de dos titanes en el escenario, que centran la atención
principal de la obra.
Importante, también, la actuación
de don Lope, en esta ocasión interpretado por un grande del teatro como es
Joaquín Notario, destacando de su personaje la fuerza que tienen a la hora de
mostrar su disgusto y asumir el poder. Notario hace suyo el papel, lo lleva a
siglos pasados, creando esa energía que impera en la simbiosis con Gómez, ya
que sus escenas se convierten en puro placer.
No hay que olvidarse de Nuria
Gallardo, en su papel de Isabel, la hija deshonrada, que aparece en escena de
forma tímida para ir cogiendo fuerza a lo largo de la trama. Impresionante el
monólogo tras la violación y más emotivo el reencuentro con su padre.
El punto de maldad lo pone en
esta ocasión Jesús Noguero, con el papel de capitán don Álvaro de Ataide.
Transmite el capricho de un capitán por conseguir cuanto desea. En esta ocasión
a la joven Isabel a la que rapta y viola. Gracias a la justicia no sale impune
de sus fechorías. Por mucho que don Lope intenta evitarlo. Cuando en la escena
final aparece el Rey, no pone en duda la decisión acertada del alcalde.
El punto cómico de la obra lo
pusieron David Lorente y Clara Sanchís con los personajes de Rebolledo y La
Chispa, dos soldados al servicio del capitán en todo lo que les manda, a veces
acertadamente y otras no tanto. La música y la alegría relajan los momentos de
tensión.
No quiero olvidarme del papel de
Rafael Castejón, como el hijo del alcalde, que al final quiere vengar la
deshonra de su familia matando a su hermana. Antes había herido al capitán por
lo que había hecho. Su padre también lo prende preso, evitando así una tragedia
más.
De nuevo Helena Pimenta ha
acertado con los clásicos presentándonos un Alcalde de Zalamea con una
interpretación magnífica en la que a pesar de la dureza de la obra ha sabido
transmitir emoción, diversión e intensidad. Con un majestuoso elenco que han
sabido mantener al espectador sentado en su butaca expectantes por el
desarrollo de la misma. Muestra de ello fue el tributo, a modo de ovación, que
le brindaron al trabajo realizado.
Si hubiera que ponerle un pero a
la obra, sería el sonido, que en algunas escenas no llegaba con claridad de lo
bajo que se escuchaba. Por lo demás todo perfecto, iluminación, escenario,
vestuario, e incluso la música.
Una obra digna de ver en un
escenario como es el Hospital de San Juan, desde aquí una invitación para no
perderse esta obra. Muchas veces se ha representado pero al final acaba
sorprendiéndote esta nueva versión de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Hasta el 17 de julio tienen oportunidad de verla en un enclave como es Almagro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario